NACIONALES Todos somos despedidos  Desde que Cambiemos llegó al gobierno más de 200 mil personas fueron despedidas de sus puestos de trabajo. Pocos volvieron a conseguir empleo, algunos tuvieron “la suerte” de poder retornar a viejos oficios y la gran mayoría sigue desempleada. Tres trabajadoras despedidas del Ministerio de Cultura nos relatan sus vivencias: historias de un trauma colectivo.
“Dejás de percibir un sueldo. Se trastorna tu economía. Vivís la angustia de no levantarte más para ir a tu trabajo. Pero lo que preponderó fue una sensación colectiva, e incluso hoy sigue siendo lo principal”. Patricia Barroso es una de las 213.166 personas despedidas en lo que va del año, según las cifras difundidas por el Centro de Economía Política Argentina (CEPA).
Patricia tiene razón. Porque incluso quienes no perdimos nuestros empleos en esta nueva etapa, sí tuvimos miedo de perderlo. Además, en este contexto hemos sido testigos del sufrimiento y el estrés de amigos, conocidos y familiares, que afrontaron esa difícil situación. Así que sí: el trauma de los despidos es esencialmente colectivo.
Patricia no volvió a conseguir trabajo. Tiene 59 años. Trabajó siempre en el ámbito bancario, hasta que la tomaron en el Ministerio de Cultura. Era coordinadora de la secretaría privada de la ex ministra Teresa Parodi; después se ocupó de tareas administrativas en el Museo Mitre.
Andrea Varchavsky también se desempeñaba en ese Ministerio. Es más joven, tiene 30, y tuvo la “suerte” –la palabra es de ella– de poder continuar con su vida laboral como docente de teatro. Ella trabajaba para un programa extinto, y muy exitoso, por cierto: Ronda Cultural, el circuito gratuito por museos y espacios culturales nacionales, a bordo de minibuses y con guías especializados. Gracias a este programa, mucha gente pisó un museo por primera vez. Al público general se sumaba la participación de chicos de escuelas, adultos mayores y discapacitados.
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“Muchas veces termino el día sobrecargada de cosas, de obligaciones que me pongo. Y en realidad, no estoy haciendo más que cubrir cada uno de los minutos, de los huecos que tengo, para no pensar”, dice Patricia. Su sensación es que en el desempleo “todo se diluye”. “Descubrís que los horarios y las obligaciones que antes rechazabas te organizaban, y te hacían sentir que colaborabas con algún tipo de engranaje. En definitiva, el trabajo te permite ganar tu salario y realizar algún sueño. Todas esas cosas se abandonan. Tenés que restringir gastos. Ya habíamos pasado varias crisis, pero veníamos de un largo período de naturalizar el tener laburo”.
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En cada palabra que Andrea expresa hay llanto contenido. Varias veces dice: “voy a llorar”. Y no es solamente porque se quedó sin laburo. De hecho, rápidamente consiguió otro. Es por lo que el laburo le significaba, lo que representaba en su vida. Por aquello que Patricia resume como ser parte de un engranaje.
En 2013, Andrea entró a trabajar en la entonces Secretaría de Cultura. Primero realizó tareas administrativas para Café Cultura, otro programa extinto, que promovía charlas, espectáculos y ciclos en todo el país. Luego se integró al equipo de Ronda Cultural. Entre otras cosas, coordinaba dos actividades: las visitas de escuelas a distintos museos de la ciudad de Buenos Aires y el armado de talleres sobre patrimonio nacional que se desarrollaban dentro de los colegios. Además, como responsable de Ronda Inclusiva, coordinaba visitas especializadas para grupos de personas con discapacidad. “Ambos programas tenían mucho impacto social”, destaca.
La actualidad la encuentra sensible y extrañando lo que hacía. Habla de pasión, interés, amor. De un trabajo que, parece, era más que eso, porque se colaban esos sentimientos. Y la militancia por la cultura. Recuerda, como un símbolo, que primero les quitaron las combis. Pero ella y sus compañeros no se resignaron: continuaron haciendo los recorridos a pie.
Con el cambio de gestión y con los despidos, no sólo se desintegraron Ronda y Café Cultura. También se perdieron otras propuestas, como Afrodescendientes y Cultura e Infancia. Se perdieron programas. Que equivale a decir: se perdieron derechos.
Y es sobre todo por eso que Andrea llora. Para ella, fue como si destruyeran un edificio para construir un shopping. La destrucción de años de trabajo, y tanto.
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29 de enero de 2016. Fecha fatídica para los trabajadores de Cultura. Llegaron a sus lugares de trabajo y los esperaba el personal de seguridad con listas. Listas negras, las llamaron ellos. Si sus nombres figuraban allí, no podían pasar. Puertas con candado. Un agravante: más tarde, vecinos de Recoleta arrojaban huevos y hielo a los flamantes desempleados. Otro trauma colectivo: la excusa de los ñoquis. Después vinieron las entrevistas de mentira, para ver supuestamente si continuaban trabajando o no. Y los telegramas.
despidos1Un despido no puede ser experiencia agradable pero el de Andrea no pudo haber sido más traumático, ya que incluyó chivos expiatorios, entrevistas que no eran tal cosa y promesas incumplidas. “Un despido sin causa es inhumano, injusto”, dice. Para el ministro Pablo Avelluto, en cambio, los despidos eran “necesarios”. “Ese mediodía fue, para mí, la confirmación de que venían a destruir todo, y de que empezaban por la cultura. Eran conscientes de la suma importancia del cambio cultural que venía de la gestión anterior”, opina Patricia.
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Andrea no tenía que mantener una familia y se recostaba en la idea de que era joven, de que a lo mejor conseguía otra cosa. Lo que fuera. Se veía detrás del mostrador de una ferretería. En poco tiempo, consiguió trabajo de nuevo como docente en la UNA, donde estudió.
En cambio, cerca de su jubilación, Patricia quedó desempleada. La dificultad la hizo aferrarse a la militancia. Dice que siempre fue una simpatizante del kirchnerismo, pero que ahora es una militante mucho más activa. Milita en La Cámpora, en Villa Urquiza. “A partir de ese día decidí destinar lo que me quede hacia adelante, de vida, para resistir y combatir lo que estos muchachos vienen a instalar a partir de su aparición en el poder democrático entre comillas”, asegura.
“Tengo ex compañeros que siguen buscando trabajo –dice Andrea–. Una fue a una entrevista. Parece que le googlearon su nombre y encontraron una foto suya con una remera de La Cámpora. Le dijeron que estaba re capacitada pero que ‘mil disculpas’, que no la iban a poder tomar.” Para ella, toda esta historia está teñida de “revanchismo y discriminación ideológica”.
Al día de la fecha, todavía tiene un Facebook con un nombre que no es el suyo. No lo cambió todavía; no sabe por qué. Quedó así, como reflejo del temor vivido.
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Los trabajadores de Cultura lucharon y lograron que, de los 500, poco más de 200 fueran reincorporados. Organizaron diferentes movidas en la calle para visibilizar su lucha, para hablar de la pérdida de derechos y del vaciamiento del área.
Ayer, en el marco de La Noche de los Museos, inauguraron en el Centro Cultural Paco Urondo una muestra artística y documental que retrata la situación que les tocó vivir. La exposición, que se llama Resiliencia, propone el recorrido por el universo de un grupo de personas que se ha quedado sin trabajo. Aportaron obras Rocambole, Andrés Zerneri y Gustavo Sala, entre otros artistas.
La muestra tiene un propósito “metonímico”, define Andrea, que es la curadora. Porque, si bien establece un recorte, al estar específicamente enfocada en lo que ocurrió en el ámbito cultural, se propone aludir a un trauma que nos afecta a todos. No sólo a las Andreas y las Patricias; no sólo a los que quedaron fuera del engranaje.
Martes, 1 de noviembre de 2016
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