Jueves, 3/10/2024   Paso de los libres -  Corrientes - República Argentina
 
EL HOMENAJE
EL 8 de setiembre se recordará de nuevo, la Tragedia de Bella Vista en su 24 aniversario
El río Paraná se llevó en su corriente a un grupo de músicos de gran relevancia y trascendencia a fines de la década del `80. En esta oportunidad ofrecemos un adelanto exclusivo del libro de Ricardo “Tito” Gómez donde hace un mirada profunda a un hecho que lo involucró hasta la médula.
La tragedia 8 de Septiembre de 1989…

Convocados para representar a Corrientes en el Festival Internacional de Folklore en Niza, Francia, comenzamos a ensayar un grupo de conjuntos, solistas, cuerpos de danzas y recitadores en las instalaciones de la Sociedad Italiana.

Habíamos logrado una cohesión y un nivel artístico, quizás inalcanzado en Corrientes. Prestigiando esta delegación, acudieron a participar artistas de Resistencia, Chaco. El resultado, con la genial puesta en escena de Dante Cena, desbordó la más exigente de las expectativas. Muchos fueron los sueños depositados en ese viaje. Por nuestra parte, nosotros, los de “Reencuentro”, utilizaríamos solamente el pasaje de ida. Desde Francia, pensábamos viajar a España donde nos esperaba uno de los guitarristas de Alfredo Zitarroza, el entrerriano “Dioni” Velázquez. Éste, nos había escuchado en su pueblito natal de Santa Elena, en el “Festival de la Chamarrita”, y quedó muy impresionado por la forma en que sonaba nuestro conjunto. Apenas bajamos del escenario, lo apartó al “Gringo” quien luego de dos horas de conversación, me contó que “Dioni”, quién residía desde hacía años en España nos proponía que fuéramos todos a intentar suerte allá – por supuesto, nos dijo, yo quiero tocar con ustedes la primera guitarra -.Lamentablemente, muy lamentablemente, ese viaje no se concretó: a 24 horas de la partida, el entonces Director de Turismo Julio Traynor, suspendió sin motivo aparente nuestra participación en el festival. La indignación de todos fue enorme; para solventar los gastos del viaje muchos habían malvendido sus departamentos ó sus automóviles... para nada…Como la integridad de ese funcionario corría peligro, éste optó por desaparecer de su lugar de trabajo y de su domicilio por largo tiempo. Indignados, pero decididos a no dejarnos abatir por tantos sueños estafados, resolvimos mostrar al pueblo de Corrientes cuánto valíamos y la calidad de lo que se iba a presentar en Francia. Comenzamos debutando en el Teatro Vera con un lleno total. Sigue imborrable en mí, el recuerdo de la emoción con que nos abrazamos todos al cerrarse el telón. Un mes más tarde, el viernes 8 íbamos a presentar nuestra delegación en Bella Vista. El sábado 9 nos tocaba ir a Formosa, y el domingo 10 estaba previsto el Domo del Centenario de Resistencia. Con cierto retraso, partíamos desde Corrientes rumbo a Bella Vista. Apenas llegamos, descendimos todos en el Club Juventud; los cuerpos de danzas se quedaron para ensayar, la gente de sonido de FONEA -Raúl Díaz y Patricia Semper-, también descendió junto al equipo de iluminación y efectos especiales, para montar todo y preparar el espectáculo de la noche. De pronto “Yacaré” Aguirre dijo en voz alta: “a ver, vengan conmigo a la radio todos los músicos para que Bella Vista se entere de que ya llegamos”. Partimos en el mismo micro, trece personas, diez músicos, dos choferes y un bailarín llamado “Puchi” González, que, como estaba cansado, (había vuelto de una peregrinación a Itatí), ni se enteró que, sería involuntario protagonista de la tragedia, puesto que no se bajó en el Club ni en la radio, y continuó durmiendo en su asiento del micro.Dante Cena, que era el encargado de la puesta en escena de “La delegación” nos dijo antes de salir hacia la radio: “miren que los quiero aquí a las 18:30 para ensayo general, eh?”. Mientras cantábamos, se había generado un clima hermoso entre los músicos que estábamos tocando en la radio, los operadores y la gente de la misma, que sin avisar, alguien trajo una cámara filmadora y comenzó a filmar todo lo que estaba aconteciendo en ese momento. De pronto miré mi reloj: marcaba las 19:30 y pensé para mí: “Uhhh, Dante debe estar nervioso porque nos retrasamos”. Eran las 19:40 cuando ascendimos nuevamente al micro. Escuché una voz que no pude precisar de quién era, que le dijo al chico que manejaba: “¡dale, dale, que llegamos tarde!”.Al poner en marcha el Aklo, (tal era la marca del colectivo), de procedencia inglesa, muy antiguo y maltrecho, observé encendida en el tablero una luz roja, la que según después supe, indicaba falta de aire en el compresor, ya que éste, se había descargado en su totalidad a través de los pulmones de freno averiados.

Llegamos a la esquina, donde debíamos girar a la izquierda para retomar la calle Buenos Aires, pero una camioneta mal estacionada, nos impidió la maniobra. Nuestro chofer, colocó entonces la trompa del vehículo en la bajada, trabando por precaución la rueda delantera derecha contra el cordón derecho de la vereda. Luego, en reversa, intentó retroceder ese par de metros. Pese a acelerar a pleno motor, no consiguió salir de la bocacalle que sería luego nuestra trampa mortal. El chofer no sabía que al final de esa bajada estaba el Paraná, que de día, se divisa claramente desde allí; pero había oscurecido y nuestra visión llegaba tan sólo, hasta donde alumbraban los faros del micro. Ante lo infructuoso de los intentos, Ricardo Scófano, (nacido en Bella Vista y conocedor de la zona), le dijo al conductor: “esta porquería no va a subir marcha atrás, más vale que des la vuelta por abajo y salimos por la otra calle”. Obviamente, nadie, excepto el chofer, sabía de la falta de presión en el compresor.Ante el apuro de los que conducían “La Delegación”, el chofer, creyendo que esa bajada se transformaría luego de unos metros en terreno llano, destrabó la rueda delantera para continuar la marcha por esa calle. Ya en los primeros metros del recorrido, el micro fue tomando una aceleración inusitada, y la primera curva de la pendiente ya la tomó fuera de control, balanceándose hacia los costados. ¡¡¡Los frenos no funcionaban!!! ¡¡¡Mis ojos iban fijados en los brazos del conductor ya que de ellos dependía mi vida!!! Como no sabía que debajo de la pendiente estaba el río, yo esperaba en cualquier momento el corte en la carne o la fractura en los huesos, ya que esperaba el impacto del vehículo sin control contra algo o el vuelco, pero jamás el agua!!!. El pánico se generalizó: entre los gritos de los que estábamos dentro, recuerdo la voz de Ricardo repitiendo desesperadamente: “¡¡¡Éste colectivo no tiene frenos!!!” “¡¡¡Éste colectivo no tiene frenos!!!”.Esos gritos, sumados a los gritos de terror de todos los que íbamos arriba del micro y el fragor de los neumáticos del Aklo rodando a toda velocidad fueron lo que más impresionó - según supimos después - a los testigos presenciales de la caída. Un peritaje ulterior, estableció que habíamos alcanzado los ¡104 km./h.! Luego de unos 300 metros de carrera desenfrenada, el colectivo despegó el tren delantero del suelo, volteó como a un junco una palmera, y con las ruedas traseras derribó la baranda de la costanera. Un par de segundos antes de iniciar el vuelo por el aire, Scófano gritó:“¡guarda que nos vamos al agua!”. Zitto Segovia, que iba sentado en el apoyabrazos del asiento contiguo al mío, pasillo de por medio, me aturdió con otro grito desgarrador: “¡Jesús, yo no sé nadaaar!”. En tanto, la actitud de Carlos Miño, que estaba a mi lado, contrastó por lo serena, con el terror de los demás: abrió en el aire la ventanilla correspondiente a nuestro asiento, previendo quizás la necesidad de una vía de escape. La altura que verticalmente separó el punto en que nuestro micro abandonó la bajada, de la superficie del agua, era de aproximadamente 15 metros. Hay que sumar a eso, la distancia que con que el impulso que traíamos, nos proyectó hacia el cauce del río. Decir 20 metros quizás sea quedarse corto. Durante esa parábola mil pensamientos surcaron vertiginosamente mi cerebro. Cuesta admitir cómo y por qué, tantas vivencias pueden desfilar por la mente en tan breve tiempo. El peso del motor inclinó la trompa del micro hacia abajo, haciendo que este cayera en zambullida vertical contra el agua. Al impactar, estalló el parabrisas y el agua irrumpió violentamente al interior, impidiendo a los choferes despegarse de sus asientos. Recuerdo que hacía mucho frío, razón por la que todos íbamos abrigados con camperas y todas las ventanillas del micro estaban cerradas. Conté uno, dos, tres antes que el agua me cubriera. (Difícilmente, un ser humano normal, sería capaz de pensar que hacer en tres segundos) –. Aspiré hondamente aire en mis pulmones, y una fracción de segundo antes de entrar en el túnel oscuro alcancé a ver que Carlos Miño, ya tenía medio cuerpo fuera de la ventanilla. Actué rápidamente; no sé si por imitación ó por inspiración divina: me tomé del parante de la ventanilla, esperé que Carlos terminara de salir y ya sin ver nada, intenté seguirlo. Lo que entiendo que fue la succión del colectivo al hundirse, me impedía desprenderme de él.

Recién cuando éste tocó el fondo del río, conseguí despegarme. Sin saber nadar, braceando desesperadamente, y sin saber cómo, salí, al cabo de una eternidad, a la superficie. Sin mis anteojos y en plena oscuridad, no alcanzaba a divisar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de mis compañeros de infortunio, pidiendo desesperadamente auxilio. Pensaba – ojalá que no me dé un calambre, ojalá que ninguno de los que están alrededor mío se me aferre, porque nos ahogaríamos los dos –.A lo único que atiné fue a conservar la calma; me lo repetía en silencio una y otra vez, consciente de que era preciso ahorrar energías y controlar el pánico. Noté, pese a todo, que mantenerse a flote, no era tan difícil como siempre pensé. En uno de los giros sobre mí mismo divisé lo que (según creí), eran las luces de la ciudad, o de la costanera: me pareció vertiginosa la velocidad con la que se desplazaban de derecha a izquierda. Comprendí entonces que la corriente del canal me estaba arrastrando rápidamente río abajo. El río estaba inusitadamente encrespado esa noche. Atiné a gritar, tímidamente al principio, y luego con vigor: "¡socorro!, ¡auxilio!", acción que logré sólo a medias, puesto que el agua que se introducía en mi boca sólo me permitía pronunciar la primera mitad de cada palabra. Después de unos minutos, que me parecieron eternos, interminables, para mi fortuna, “Mozú”, un pescador que escuchó mis desesperados pedidos de auxilio, corrió por la costanera hasta el lugar desde el cual el río me llevaba inexorablemente hacia la muerte. ¡Vení nadando para acá! - me gritó – [b]¡¡¡No sé nadaaaar!!!...fue mi respuesta en igual tono. Escuché entonces: ¡ahí va un salvavidas! El único sentido que conservaba, mi oído, ya que mis anteojos de ver, los perdí al primer contacto con la corriente, me orientó en el momento en que braceé como pude, hacia donde me pareció que había chapoteado al caer, el providencial auxilio. Como pude me introduje en el salvavidas, que me colocó a ras del agua, horizontalmente. Recién entonces, tomé conciencia de que había estado flotando en posición vertical. Alcancé la costa con mucha dificultad ya que repito, no sabía nadar y, cuando ya estaba al límite de mis fuerzas, mi salvador me ayudó a trepar a la costanera. Le grité entonces: “¡corre a auxiliar a los demás!”, creyendo que por haberme salvado a mí, tenía facultades para hacerlo con los otros…Cada vez que recuerdo ese dramático percance y la tan desventajosa situación de la que logré escapar con vida, pienso en la mano que Dios nuestro Señor me tendió, fue algo mucho más tangible, que un mero empirismo de la Fe. Fue su providencial amparo lo que me apartó del infortunado destino que corrieron los otros ocho. Las víctimas fueron: los dos choferes del colectivo, Joaquín Adán y Miguel Ángel “Míchel” Sheridan, “Yacaré” Aguirre, Jhony Bher, “Chango” Paniagua y Zitto Segovia. Diría yo el domingo 10, cuando con Alfredo Humberto Norniella, el único periodista con el que, en razón de su vieja amistad conmigo y con el grupo, acepté hacer una nota televisiva. No me parecía ético hacerlo con todos, ante tamaña tragedia y con la presencia visible de los familiares de las víctimas. Otros, no lo entendieron así…Luego de los interminables sollozos que dejara Alfredo sobre mi hombro, alcancé a balbucear frente a la cámara: “sólo Dios sabe por qué unos sí y otros no”... y el llanto me impidió seguir…Ya en la costa, sólo, perdido, aterrado y en estado de shock, y sin poder ver nada a mi alrededor, sólo lloraba… no sabía para donde ir!!!De pronto reconocí una voz que gritaba “¡Titooooo, Titoooo!” y divisé una sombra que emergió de la oscuridad y se me aproximaba corriendo. Era Ricardo Scófano... Abrazados, lloramos por largo Rato. Los suboficiales de la Prefectura nos condujeron a las dependencias internas del destacamento. Nos abrigaron con frazadas, que no alcanzaban de ninguna manera, para mitigar el frío del alma...Me sentía abismado, no entendía nada; las secas órdenes y los silbatos sólo contribuían a confundirme más. Llegó poco después a lo que sería nuestro primer contacto con tierra firme, Julio Acébal, un amigo de los músicos de Reencuentro, y me dijo: “vamos a casa, Tito”. Moviendo la cabeza me negué: pensaba que permaneciendo allí haría posible algún milagro más...Recién después logré entender que los que no habían salido hasta ese momento, ya no tendrían chance de sobrevivir. Cuando yo providencialmente lo logré, ya estaba más allá del límite de mis fuerzas y de mi aliento... por lo tanto, los demás…En tanto, una chica del Cuerpo de Danzas Tradicionales “Guada”, me quitaba las botas y las medias empapadas al tiempo que compartía mi llanto y mi impotencia.

Me parecía imposible que mis amigos Gringo y Michel, con quienes había compartido 20 años de música, ya no estuvieran...Me di cuenta entonces, de lo infructuoso que era permanecer allí, en ese lugar lleno de órdenes inútiles y sin sentido, con el que yo no tenía nada que ver. A diferencia de lo que dijeron todos los medios, radiales, televisivos y escritos, la Prefectura no salvó a nadie. Su lancha permaneció amarrada a la costa porque no tenía combustible, y ninguno de los oficiales, suboficiales ó marineros que presenciaron todo desde la costa, fue capaz de arrojarse al agua, de hacer algo por nosotros... solo los pescadores… a quienes les debemos haber salido con vida, Carlos Miño y yo. Un rato más tarde, fue a buscarme Luisa, la mujer de Julio Acébal, y me dijo: “vamos papito a casa, te voy a sacar la ropa mojada y estarás bien allí”. Ellos, eran los concesionarios del Club de Caza y Pesca, frente al cual pasé flotando mientras la corriente me arrastraba. Abrazado a Luisa, recorrí tambaleante los 350 metros que hay desde la Prefectura al Club de Caza y Pesca y allí, en una pequeña habitación, esa amiga convertida en mamá – me cambió toda la ropa mojada como si hubiera sido un bebé recién nacido - porque yo no me valía por mí mismo – utilizando para ello, ropa seca de su marido. Luego, las sirenas de las ambulancias, ya que sus tripulantes, no hicieron más que eso: aturdir con sirenas; los médicos que entraron a la habitación donde Carlos Miño y yo intentábamos recuperarnos del espanto, ni siquiera fueron capaces de inyectarnos un tranquilizante; se limitaron a conjeturar sobre estadísticas de siniestros similares. “En estos accidentes, la mayor parte de las muertes se produce por atascamiento, cuando dos ó más personas intentan salir por una misma ventanilla”- recuerdo que comentaban-. ¡Realmente patético...!

Dos horas después de la tragedia, reunidos los sobrevivientes en el Club de Caza y Pesca con el resto de la delegación (que se había quedado en el Club Juventud pendiente de la conducta a seguir), me dije: “Nooo, yo no me puedo ir, me quedo acá, eran demasiado amigos míos”. Así que, confundido e impedido para razonar, tomé la decisión de permanecer allí, hasta que sacaran el micro del agua, cosa que recién se hizo el domingo de tardecita. Salió vacío…Mientras trabajaban los buzos tácticos venidos de Buenos Aires y el personal de la Prefectura para tratar de sacar el micro sumergido, vagaba por la costa del río y lloraba con cada amigo de “Reencuentro” que se había llegado a Bella Vista para acompañarme… una y otra vez, ellos, me pedían detalles de cómo había sido todo y ese relato lo tuve que repetir, una, dos, cien… y ya no recuerdo cuantas interminables veces…Recién cuando el Aklo emergió vacío, el domingo, me dije: “ya no hay nada que hacer aquí”. El sábado, -el día siguiente al accidente-, se presentó en mi habitación, personal policial para tomarme declaración testimonial como sobreviviente y yo, que aún continuaba en estado de shock ante la tragedia y la falta de contención médica, obviamente, no supe qué decir. A veces la justicia…..

Otra de las vivencias que se me quedaron grabadas a fuego en Bella Vista y a la que aún hoy, no he podido encontrar explicación fue ésta que me marcó un determinado camino a seguir, luego del horror: Yo - creo que más que ningún otro- esperaba ansioso que viniera a acompañarnos en el dolor y la desesperanza, y en su condición de hombre más cercano a Dios, el sacerdote Julián Zini. Él, que agrupó a los músicos más talentosos de Mercedes; él, que luego se convirtió en el soporte espiritual y emocional del grupo, esa persona de la que yo tanto esperaba una respuesta a lo incomprensible, tanto en su condición de Ministro de Dios, como de amigo, ...nunca llegó. Ni cuando el accidente, ni en ese interminable año que siguió al mismo. A todo lo que acabo de relatar, y al Gobierno de turno de esos tiempos, que se desentendió de todo apoyo psicológico para los sobrevivientes, le debo el mayor “stress” postraumático de mi vida; el que aún me acompaña, el que me despierta aterrado y jadeante por las noches. El cuadro de alucinación y locura en el que quedé sumido, unos cuantos meses después, motivó mi internación en el Hospital Escuela por un mes, y luego otros tres más, en el Hospital Psiquiátrico “San Francisco de Asís” a instancias de médicos amigos como Walter Nigri, el “flaco” Gallardo y otros doctores más, que como estaba muy “chapita”, no recuerdo su nombre. Quiero destacar en esta parte de mi relato, el aporte incondicional que tanto me ayudó cuando estuve en ese otro trance difícil de mi vida – LA LOCURA - la compañía y la dedicación para atenderme y protegerme de quien era mi compañera en ese entonces, Zuni Aguirre… ella, todos los días venía al Hospital Escuela y luego al Hospital Psiquiátrico, tres veces por día, de mañana, luego cruzaba a Resistencia, luego al mediodía desde donde iba de nuevo a trabajar al Chaco y finalmente a la noche cuando salía de su trabajo. Su cansancio era indescriptible… mi eterno agradecimiento para ella desde este libro, por esta y tantas otras actitudes generosas de amor. Si no hubiera sido por ella, seguramente no hubiese recuperado la razón jamás, pero sus cuidados y su ternura, hicieron posible el milagro. El domingo por la mañana, a los dos días del accidente, al verme llorar desconsoladamente con cada amigo que se acercaba a abrazarme, una monja chiquita, tomando en sus manos el pequeño crucifijo que pendía en su pecho, se acercó y me dijo: “Hijo, nosotros vivimos estudiando esto y ni aún lo podemos entender, (obviamente refiriéndose al sacrificio de Cristo en la cruz) ¿cómo vamos a pretender entender esto otro?” –me dijo señalándome el río… “acepte esto como la voluntad de Dios, que tal vez estaba queriendo cambiarle el rostro a algo o a alguien, para que de aquí, surja un hombre nuevo” – Esas palabras fueron un bálsamo en mi alma. Tal vez nunca sepa esa hija de Dios, cuánto me ayudó su actitud de amor.[s]Después de la tragedia[/s]Caía ya la tardecita del domingo, y cada cual se estaba preparando para volver a su lugar. Me estaba despidiendo de algunos rezagados que no se resignaban a irse todavía, cuando de pronto se aproximó un camarógrafo que había filmado la actuación de todos los músicos (seis de ellos todavía sumergidos en el río) en la actuación del viernes por la tarde, en el canal de cable local, diciéndome: “Tito, ahí tengo grabado en mi casa todo lo que hicieron en el canal, ¿Querés ir a verlo?” Entonces los amigos que estaban alrededor mío le dijeron: “¡Noooooooo! ¿Cómo le proponés eso que todavía él no sale del estado de shock?” ¿Patético, no? …increíble…Había oscurecido ya y un cuñado de Carlos Miño, se ofreció a llevarme en su auto a mi casa, así que alrededor de las 20:30 hs., salimos de Bella Vista, el chofer, Carlos Miño, mi mujer y yo. Cuando llegamos a la capital de Corrientes, le dije al que manejaba –“Lleváme hasta… (Un determinado lugar que no recuerdo) – porque allí está nuestro auto”. Yo debía seguir viaje desde Corrientes hasta San Cosme, lugar éste donde residía con mi mujer de entonces, Giovanna Testolino. Cuando llegamos los dos a San Cosme, le dije a Giovanna: “No quiero pasar ni por la casa de tu madre, ni por la de tu hermano, por favor, vayamos a la nuestra”. Una vez allí, me encerré en una habitación totalmente a oscuras, de la cual salía solamente a la tardecita, para visitar en Corrientes a Ricardo Scófano, que fue el compañero de supervivencia más cálido de los cinco, ya que él, al verme salir al límite de mis fuerzas del Paraná, fue el único que me abrazó, luego del espanto. Con los otros sobrevivientes casi no tuve ningún contacto físico ni de ningún tipo, seguramente en ellos, la procesión iba por dentro…Por eso, cada vez que me animaba a salir de mi encierro, sólo quería estar con Ricardo. Esa hermandad me reconfortaba como ninguna otra. Algunas veces me recibía diciendo: “Tito, tengo esta tortillita no más, pero quiero compartirla con vos” y me pedía que yo me acercara a él, muy al ladito de él, hasta que nuestras rodillas se tocaban, y allí sí, con la alegría rescatada de nuestra tristeza, compartíamos lo que había. Esa actitud, estoy seguro, se debía a la necesidad de sentirnos mutuamente vivos…

Los sobrevivientes

Apenas el micro tocó el agua, por la puerta de acceso al mismo que venía abierta por la falta de aire en el compresor, salió Ricardo Scófano y en seguida por una ventanilla, Puchi González, el bailarín que había peregrinado al santuario de le Virgen de Itatí y dormía en uno de los asientos. Como ellos dos eran excelentes nadadores, cortaron la corriente con firmes brazadas y subieron a la costa. Los pedidos de auxilio de Ricardo desde la costa, aún resuenan en mis oídos… “¡Auxilioooo, auxilioooo, somos los músicos y nos caímos al agua, socorro!” repetía. Por su parte, Puchi permanecía callado mirando con terror, lo que ocurría en el agua. ...y pensar que hasta un año más tarde, infaltable cada vez que yo actuaba, se negó a pisar jamás un escenario, ocultándose en el rincón más oscuro, y una vez terminado el espectáculo, cuando la gente venía a saludar, él, como una sombrita se acercaba, me tocaba el brazo y me decía: “Tito, ya vine a verte, ya cumplí con vos, ahora me voy”. El tercero en volver al milagro de la vida, fue Oscar “Cacho” Espíndola, que según me contó, tampoco sabía nadar y se encontró de repente con la armazón de madera sumergido del hidrómetro que tenía piedras y maderas en la base, me dijo Cacho: “me prendí de allí y nadie me iba a sacar de ese abrazo a las maderas que me salvaron la vida”. El cuarto en salir fui yo… gracias a la providencial ayuda de “Mozú” y, por supuesto, la mano tendida de mi Dios. El quinto sobreviviente, que salió después de nadar dos kilómetros, ayudado finalmente por unos pescadores que botaron su embarcación al oír sus gritos de auxilio, fue Carlos Miño, ese hombre al que le debo la vida, por haberme señalado el escape a través de la ventanilla por la cual salimos. Pocas horas después se volvió para Resistencia a tranquilizar a su familia. Me quedé solo, esperando angustiado, a los amigos que vendrían a la mañana siguiente…Carlos, ante mi insistencia para que se quedara conmigo, único sobreviviente del “Grupo Reencuentro”, se disculpó: “Tito, mis hijos me necesitan y no puedo quedarme”. Me sentí más solo que nunca...¡...Qué paradoja...!

¡LOS QUE DEBEN ESTAR NO ESTÁN, PERO APARECEN LOS QUE, SIN TENER QUE ESTAR, AFORTUNADAMENTE ESTÁN!

Mientras tanto, los medios de difusión, apresurados por dar a conocer la noticia de la tragedia, mal-informaban hacia los cuatro puntos cardinales con diferentes y encontradas versiones… - decían por ejemplo: “que no había sobrevivientes, que los que habíamos salido estábamos muy lastimados y que el accidente se había producido en la ruta hacia Bella Vista, en fin…tantas cosas más. –Sabedor de que ello ocurriría, apenas pude razonar, pedí a los que se acercaron a la pieza del Club de Caza y Pesca en donde me reanimaban, que me llevaran a una Cabina Telefónica y a la Policía. Pretendía de esa manera, tranquilizar a mis familiares, entonces envié dos radio despachos policiales, uno a mi mujer que había quedado en San Cosme y otro a mis hermanos que vivían en Mercedes… el texto era el mismo: “no se preocupen por mí, estoy bien, Tito”. Como siempre ocurre en estos casos, la noticia llegó tergiversada a Mercedes… mi hermana Liliana, lloraba por acompañar a mi hermano Tatín que se aprestaba a viajar a Bella Vista, este no estuvo de acuerdo con ello, porque le pedía que quedara a cuidar de mi madre. Mi hermano, en su Falcon, al que acondicionó sacándole los asientos traseros y haciéndome una especie de cama con frazadas porque le habían dicho que yo estaba quebrado en varias partes de mi cuerpo y clamaba por volver a mi pueblo adoptivo. Cuando llegó a Bella Vista, se dio cuenta de la realidad, vio como estaba y como a tantos otros, le conté lo que había pasado… el hecho de que mi hermano estuviera conmigo, me dio fuerzas después de cuatro horas del accidente, para salir con él, recorrer los 400 metros que nos separaban de donde se había hundido el micro y, subir la pendiente a pie y mostrarle desde donde comenzó, la caída sin regreso de ese vehículo. Tatín, fue realmente hermoso sentirte a mi lado en esos momentos…¡¡¡además de tu compañía que tanto bien le hizo a mi alma y a tanto dolor!!!Y acá, aparece otro delgado hilo conductor, prolongación de la protección de la tía Nerea… al decir de una amiga...Un hijo de ella, comisionista de hacienda, viajando lejos de allí en su camioneta, oyó en la radio la noticia de la tragedia y la lista de sobrevivientes. Rodolfo Ambroggio, tal es su nombre, abandonó todo lo que estaba haciendo, le puso alas a su vehículo, y entró clamando mi nombre al Club de Caza y Pesca. Abrió de un empujón la puerta gritando: - “Tito, Tito, Titooo, ¿dónde está Titooo?” - ese gigante, con un corazón más grande aún, estuvo a las tres horas del accidente, sentado en el piso de la habitación donde me reanimaron y me trajo la misma protección que ejercía su mamá conmigo…“Lolo”, gordo querido, ¡no sabés cuánto me consoló tu presencia y cuánto me confortó tu ayuda en ese momento!

Un Misterio

“Puchi” González, el bailarín que se salvó con los músicos, tuvo una gran depresión post- traumática en el año que siguió al accidente, se negó a seguir bailando, recluyéndose en su casa de la que solo salía, cuando se enteraba de que yo, actuaría en algún festival o en el “Teatro Oficial Juan de Vera”. Este talentoso bailarín, se sumergía en una butaca, la más oscura del Teatro, totalmente acurrucado sobre sí mismo y cuando terminaba el show, esperaba prudentemente a que la gente me salude y cuando ya me quedaba prácticamente solo, venía hacia mí, como una sombrita y me decía – “ya cumplí con vos Tito, ya vine a escucharte, ahora me voy” – me daba un apretado abrazo y se perdía en las sombras de la noche -.Al año justo de lo acontecido en Bella Vista, “Puchi”, en una procesión a Itatí en la que participaban más de cuatrocientas personas, iba a ofrendarle a la Virgen, la única zapatilla con la que escapó de la trampa mortal del micro, ya que una de ellas, había quedado atascada entre los hierros y él, se descalzó y salió con esa sola zapatilla. Estaba camino a Itatí, en medio de todas las personas que participaban de ella y su madre, iba caminando tomada de su brazo, llovía cuando, inesperadamente y vaya a saber por qué misterioso designio de Dios, descendió del cielo un rayo que lo tocó solamente a él y lo mató en el acto, totalmente carbonizado.

Evidentemente, Puchi iba a agradecer a quien no tiene el poder sobre la vida y la muerte y, los misterios de Dios son a veces, como indescifrables…Y de nuevo la vida...Sin la plenitud de mi instinto de supervivencia, sin la adrenalina que esa situación descargó en mi sangre, completamente solo con mi tragedia, sin contar siquiera con la contención anímica de un profesional, luché por sacudirme el pánico que se había adueñado de mí. El Gobierno de Corrientes de aquel entonces, no se hizo responsable de que el micro de la tragedia, no tenía permiso para circular y ni siquiera, tomó en cuenta nuestro estado de shock post-traumático. Tampoco, se nos dio acceso a ninguna consulta con ningún médico psiquiatra, que nos ayudara a sobrellevar ese devastador impacto emocional. Decidí entonces, dejar la música, esta vez, para siempre. Sumido en la más honda de las melancolías, me dije: – Ya nadie podrá cantar mis canciones como “Michel” y jamás habrá un instrumento que traduzca con tal fidelidad el mensaje de mi alma como el fuelle mágico del “Gringo”...Pese a ello, hechizado creo, por un par de ojos verdes, escapé hacia Mburucuyá, en donde conviví con Juan Carlos Jensen por espacio de cuatro meses más o menos, en su habitación de la casa paterna, en una camita al lado de la suya. ¡¡¡Si me habrás escuchado hermano!!!. Por todo aquello, porque no has caído en la tentación de los envidiosos y mediocres que no hicieron más que vivir para juzgarme, te digo ¡GRACIAS!, por tenerme en cuenta, pues con tu actitud, atravesaste limpiamente las barreras de la estupidez de “Los otros” y “te la jugaste”, ofreciéndome mucho de tu callada comprensión. Luego de ese período de sanar mis heridas en compañía de mi hermano elegido, como nos llamamos mutuamente, el amor me tocó de nuevo cuando probé la miel que vertía el panal de una muchachita correntina, dueña de esos ojos verdes que me decidieron a pensar en que debía volver de nuevo “a la normalidad”. Y decidimos escuchar al llamado de nuestro amor, y nos fuimos a vivir juntos en un ranchito de barro, paja y adobe, que fue otro lugar en donde totalmente apartado de la música, recalé con mi antiguo barco en su bahía, para reparar los daños de la travesía, creía que, para siempre esta vez. Voluntariamente exilado en el arenal, y resignado a dejarme morir de tristeza, puse un taller de carburación y encendido, tapado en ese arenal en donde vendí mi bajo eléctrico, mi guitarra electroacústica y me negué a ser músico –para siempre – cansado ya de tantas “amnesias convenientes” y silencios cómplices. El único contacto que me unía al abandonado mundo de las candilejas, de “motus propio”, era una radio chiquitita, en la cual, en las largas y silenciosas madrugadas de Mburucuyá, escuchaba un programa que se emitía por radio Nacional de Buenos Aires llamado, “La noche de mi país” conducido por “Chochi Guzmán”. Allí escuchaba entre asombrado y perplejo, a los nuevos creadores que iban surgiendo y contemplaba distante, el añorado mundo de los aplausos y del cariño de la gente, mundo que alguna vez fuera mío, mundo que hoy, miraba de lejos. En esos días, comenzaron a llegar a Mburucuyá porque se avecinaban las fiestas de fin de año, los chicos que por una u otra razón, no vivían en el pueblito.

Mi cuñado, el “Ramoncito” Vera, me dijo: “hoy hay una guitarreada con un artista de aquí, de Mburucuyá, que tuvo que buscar otros horizontes, ya que Mburucuyá le quedaba chico para tanto talento”… Se refería a Tiky Miqueri, aquel que genialmente, había diseñado por muchos años, la coreografía de una de las comparsas más importantes de allí y, además, excelente actor de teatro y muy vinculado y respetado, en el ambiente del arte correntino. Allí fui, con una guitarra prestada, al encuentro de este artista pueblerino, fallecido ya, que con asombro, escuchaba mis canciones y cautivado por ellas, me invitó a su casa a tomar mate al otro día. Llevé mi carpeta, como siempre acostumbraba hacer y seguí mostrándole las canciones nuevas que había compuesto con Martha de la Cruz Quiles… entonces, este par mío, el único de Mburucuyá que hablaba mi mismo idioma, me dijo estas textuales palabras: “anoche, cuando escuchaba tus canciones me preguntaba - ¿qué está haciendo semejante talento enterrado en la arena de este pueblito?, me puse muy triste, ¿sabés?, y me dieron ganas de llorar” - ahora que conozco más de tu obra, te digo hermanito - “VENDÉ ESE SOPLETE QUE TE ESTÁ QUEMANDO EL ALMA (se refería al compresor de mi taller) VENDELO Y ANDATE DE AQUÍ CHAMIGO, TU ARTE NO MERECE ESTA POSTERGACIÓN QUE ESTÁS HACIENDO CON ÉL”. Era lo que necesitaba ó deseaba oír: significó un “clic” en mi mente, un punto de inflexión en mi alma; algo así como un despertar. Debo agregar que también mi hermano elegido, Juan Carlitos Jensen, al culminar una guitarreada inolvidable en la casa de Titina y Pedro Paret con que me despidieron de Mburucuyá, me dijo: “NUNCA FUISTE VOS EN LA PROSAICA TAREA DE LA NAFTA Y COMPRESORES; SIEMPRE SERÁS ARTISTA DE ALEGRÍAS Y DOLORES”...Y en ese marco sucedió el milagro. Estos dos artistas de lujo, amigos del alma, convalidaron lo que fuera mi firme elección allá por los catorce años. Y retorné al camino...por Ricardo “Tito Gómez.

ES NECESARIO CAMINAR,CANTAR DE NUEVO UNA VEZ MÁS
POR EL MILAGRO DE LA VIDA, QUE DIOS NOS QUISO REGALAR
Y LA CANCIÓN DEL CORAZÓN, ÉSTA QUE CANTO POR SOÑAR
VUELVE HECHA LUZ AL CORAZÓN, A JESUCRISTO SALVADOR
ÉL ES EL FARO EN MI CAMINO, POR ÉL, LA VIDA Y EL AMOR.


Por RICARDO "TITO" GÓMEZ.


Lunes, 2 de septiembre de 2013

   

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